El rey Coliflor tenía un problema: su
hijo no quería ver ni de cerca a ninguna fruta. Y a él le habían dicho que las
frutas eran las mejores maestras del mundo.
Doña Manzana intentó enseñarle algo de
Ciencias. No duró ni una semana. Coliflortito se pasaba los días haciendo
gamberradas para que Doña Manzana se cansara y saliera corriendo. Al cuarto día
lo consiguió, cuando se le ocurrió poner chinchetas en la silla de la maestra.
Ese día Doña Manzana salió del castillo gritando:
- ¡Este niño no tiene remedio!.
El rey Coliflor estaba desesperado. Ni
Doña Sandía con toda la dulzura del mundo, ni Doña Cereza con su buen color
rojizo ni siquiera Don Melón, consiguieron ni un poquito de atención. Nadie
podía con Coliflortito, el niño más terco de la región.
El rey Coliflor decidió mandar a su fiel
caballero Don Patata en busca de una maestra por otros reinos, porque en
el suyo, ninguna fruta quería saber nada de la corte.
A las dos semanas, el caballero Patata
volvió con una linda dama, oronda y naranja, de voz agradable y muy joven.
- Me llamo Clementina, Señor- le dijo al
rey.
- Clementina- carraspeó el rey- no se si
sabrás que mi hijo es un poco “rebelde”.
- Sí, señor- contestó ella- la historia
de su hijo ha traspasado fronteras. Aún así me gustaría intentarlo.
- De acuerdo- respondió el rey-
Comenzarás mañana.
Al día siguiente, Clementina se presentó
puntual a su cita. Pero nadie la reconoció: llevaba un vestido marrón y se
había cubierto todo el cuerpo de chocolate, incluidas las manos y la cara.
Coliflortito no supo qué pensar al verla
entrar por la puerta. ¿Quién era esa señora tan rara?. No era una pera, ni un
fresón, ni un albaricoque. ¿Por fin su padre había desistido?. Así que se sentó
en su silla todo intrigado. Además, ella olía muy bien..¡a chocolate!.
Y Doña Clementina, disfrazada de
chocolate, se pasó ese primer día enseñándole a Coliflortito sumas y restas.
El rey Coliflor se llevó una gran
alegría al verla regresar al día siguiente. Llegó con su mismo vestido marrón y
el cuerpo de chocolate. Pero esta vez dejó sin cubrir las manos.
A Coliflortito no le importó. Es más:
casi ni se enteró. Siguió prestando atención, porque esa maestra era muy
divertida. Esta vez la clase era de Historia, y maestra y alumno se disfrazaron
de vikingos.
Y así fue como Clementina, poco a poco,
se fue haciendo con la confianza del hijo del rey.
Al cabo de un mes, Coliflortito
disfrutaba tanto de las clases de Clementina, que no se dio cuenta de que ese
lunes, su maestra ya no llevaba ese horrible vestido marrón ni tampoco ni un
poquito de chocolate en la cara.
Por primera vez vio a Clementina como
era: una fruta naranja y redonda salpicada de pecas muy graciosas.
Y Coliflortito se dio cuenta de que acababa de aprender la lección más
importante. Desde entonces dejó de huir de las frutas sin motivo, y se dejó
enseñar con humildad.
¡¡QUÉ RICA ESTÁ LA COLIFLOR!!